Analizando un pasado concreto
Hace ya muchos años, me juré a mí misma que nunca volvería a caer presa de una obsesión mal llamada amor como la que tuve con Gran Sapo, y que no volvería a llorar de manera enfermiza noche tras noche ni por él, ni por nadie.
Afortunadamente, lo cumplí, y hoy, si tengo que llorar, no lo hago con la angustia que me atenazaba el alma y que hacía parecer mi casa más vacía de lo que ya la sentía entonces.
El amor que tengo ahora es sano, y no me desolla por dentro. Mi manera de querer ha cambiado.
Durante muchos años, demonicé aquella relación, jugaba cada día con fuego y ni con las manos abrasadas me alejaba. El otro día, durante una cena con amigas, se sacó un tema mucho tiempo guardado. Y me recordaron cómo apuraba las últimas gotas de una botella de ron cada noche para disfrazar lo pequeña que me sentía, los portazos a las nueve de la mañana, los montones de cigarros consumidos en ceniceros que esperaban pacientes que finalizaran aquellas conversaciones en las que siempre era yo la que perdía.
Nunca gané una batalla. Nunca gané la guerra.
Han tenido que pasar muchísimas lunas para que me haya dado cuenta de que no guardo ningún buen recuerdo de aquella etapa. Cierro los ojos y ni esforzándome encuentro uno solo. Las notas de las canciones que escuché, ya no me dicen nada. Ni los mensajes. Ni siquiera los papelajos escritos con rabia después de aquellas discusiones.
Mis amigas me apretaron las tuercas buscando que aflorara rencor, pero no puedo sentir rencor. De hecho, no sólo no le odio, sino que le tengo cariño.Ni yo misma sé porqué. Sé que si escarbara encontraría muchas cosas que no querría saber. Pero no me apetece remover la tierra seca.
Sé que aunque entonces lo llamara así, aquello nunca fue amor.