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De recuerdos

Aquellas noches de terror

Aquellas noches de terror

Sé que es uno de los legados de Estados Unidos, pero a mí, desde siempre la noche de Halloween me atrae, quizá sea por la cantidad de leyendas que vienen asociadas o porque soy una admiradora de lo gótico, el caso es que no me disgusta. Otros años, especialmente cuando estaba con Gran Sapo, preparábamos disfraces y colgábamos telarañas de pega en casa de una chica que vivía en el lugar idóneo para ello, puesto que se trataba de una vieja masía que había pertenecido a sus abuelos, y que estaba llena de rincones al más puro estilo de “El Orfanato”, nos embadurnábamos la cara de potingues a cual más asqueroso, y yo, invariablemente, acababa sugestionada y muertita de miedo. Contábamos historias iluminándonos con velas, pero al final el que más me asustaba era el propio Gran Sapo, cuya cabecita estaba continuamente en ebullición y muchas veces me hacía pensar que realmente era capaz de acabar actuando como el personaje del que se había disfrazado.

Siempre que recuerdo esas historias o me acuerdo de él, invariablemente le recuerdo caracterizado y con los ojos muy muy abiertos…tanto que asustaban.

Hace ya tres años que no hemos vuelto a la masía, muchos miedos se quedaron allí, encerrados entre esas cuatro paredes, y mejor que allí permanezcan.

Ya no me disfrazo, pero me gusta ver a la gente que sí lo hace. Toni no quería ir a una fiesta sino tomar algo tranquilamente, y estuve de acuerdo. Vimos a muchas brujas, dráculas, vampiros y momias, pero ninguno me ha vuelto a dar tanto miedo como la última vez que vi a Gran Sapo disfrazado, ensangrentado y con cara de loco…Toni es tan diferente, tan pacífico y bueno, que ni aunque se disfrazara del mismo demonio me podría dar miedo.Por primera vez en mucho tiempo, me siento protegida.  

Vuelvo a casa

Vuelvo a casa

El avión aterrizó pasada la medianoche, y durante el largo camino a casa sólo pensaba en que ahora sí que sí, que quedan por delante muchos meses hasta un nuevo descanso, c’est la vie…

He vuelto, cuesta adaptarse de nuevo al horario español, tan diferente al del resto de Europa donde a las 10 ya están pensando en ir a dormir. Por eso, estoy con los ojos semicerrados mientras escribo.

Vuelvo encantada con un país al que de primeras no me ilusionaba ir, pero las calles por las que he pasado, los pueblos en los que he comido y los paisajes que he fotografiado han merecido la pena.

Han sido ocho días repletos de lugares que visitar y pocas horas para hacerlo, excursiones a lagos y montañas, fotos, risas y canciones, y más experiencias para guardar en un cajón.

Lo peor ha sido no poder compartirlo con Toni, a tantos kilómetros de distancia,y con el teléfono como único aliado durante las cortas conversaciones mantenidas cada noche. Tengo muchísimas ganas de verle, pero las vacaciones le han llevado hacia otro lugar, ya que ambos habíamos organizado nuestros viajes mucho antes de saber que acabaríamos juntos.

Ahora, a recuperarse del cansancio y organizar los próximos meses.

Huellas de una amistad olvidada

Huellas de una amistad olvidada

Ayer me detuve un rato a pensar en ella, ocurrió cuando encontré su jersey verde en el fondo de mi armario, en el momento en que yo recolocaba los míos.

El día que me lo dejó había nevado y yo temblaba como una hoja un día de vendaval.

Ella y yo nunca fuímos parecidas, quizá la amiga más distinta a mi personalidad que he tenido nunca y a pesar de nuestros choques siempre agotábamos las horas al teléfono y apurábamos los fines de semana entre risas y enfados. Por ella me metí en mil historias, y de ellas acabé sacándola con apuros, por ella tuve problemas con mis amigas de toda la vida y lo dejé todo cuando casi sin aliento me contó que su novio la había abandonado.Y un buen día, ya no tuvo tiempo para mí, sus veinticuatro horas diarias eran demasiado poco tiempo para dedicarle a su nuevo novio, y se fabricó semanas eternas y días que nunca terminaban para estar con él.Y dejó de sonar mi teléfono y vibrar mi móvil a la hora del descanso, y dejó de llorar y hablarme al otro lado de la línea, y olvidó el camino que llevaba a mi casa y el horario de los bares en los que nos divertíamos. Y pasó por alto las tardes de estudios compartidas y las confidencias robadas a altas horas de la noche.

Tenía razón la gente, nunca fuímos parecidas.

No sé porqué, ayer le mandé un mensaje, la respuesta, tal y como esperaba: ninguna. A veces, sí me arrepiento del tiempo invertido. No la necesito.

Los lugares que fueron nuestros

Los lugares que fueron nuestros

“Quedó algo de nosotros en esos lugares,

en el lavabo de señoras y en el puerto,

en la butaca del cine, en una boca de metro

y en todas esas esquinas que solíamos doblar”…

No es extraño que mil lugares del lugar en que vivimos me recuerden a ti, si únicamente nos separan unas calles de distancia, no es extraño que la parada del autobús me traiga tu imagen, ni que el banco conserve aún tu silueta, ni que la cafetería de la esquina me traiga el aroma del café mezclado con el tuyo.

No es extraño que todo eso se una y en lugar de percepciones aparezcas tú.

Cerré los ojos cuando te ví entrar, como si con eso tú te marcharas…y dejé que el café se enfriara. Con los ojos cerrados recordé el tiempo en que mi mundo llevaba tu nombre, los días en que bordaba mis sueños con tus iniciales. Y esos recuerdos ya no saben a nada, están fríos como mi café antes humeante.

Abrí los ojos y ví tu mirada desde otra mesa, con esos tonos de gris y negro que cambiaban. Siempre me resultó muy complicado percibir su profundidad porque me aturdía tu mirada y me perdía en ella.

Ahora me he acostumbrado a la transparencia de otros ojos, aunque tú sigas siendo el dueño de tantos lugares, la vida me ha traído más lugares para la memoria, más jardines de sueños.

Y por eso te sonreí antes de marcharme, por lo que fuiste…pero ya no serás.

Hoy no me puedo levantar...

El medicamento que me he tomado hace unas horas comienza a hacer su efecto, pero no con la intención deseada, sino como planta adormidera. Empiezo a escribir este post aun sin saber si conseguiré terminarlo porque la cabeza se me ladea de manera involuntaria, pero necesito teclear algo para disimular ante mi compañero, que me mira de reojo como si me hubiera fumado alguna hierba.

Lo cierto es que de cansancio ando sobrada, suerte que dentro de unas horas comienza el tan deseado fin de semana, del que muchas veces salgo peor de lo que entré.

Ayer pasé toda la tarde-noche en una oscura y amplia sala de un teatro madrileño, más cerca del techo que del suelo y con miles de estrellas artificiales brillando sobre mí. Me reí, lloré, salté, canté y bailé y sobretodo recordé aquellos años en los que iba al colegio con la falda un poquito remangada en la cintura para rabiar a las monjas mientras escuchábamos a Mecano en el patio del colegio a escondidas.

Ayer, cuatro horas de musical, pasaron volando, igual de rápido que los casi catorce años que han pasado desde esas vivencias.

Y sigo notando cómo se me ponen los pelos de punta cuando comienzo a oir aquello de…”y aunque fui yo quien decidió que ya no más…” 

Con música

Ver el post anterior hace que se me encoja el estómago. Los días pasan, las situaciones no cambian. En mi mundo percibo una imagen distorsionada de la figura de Marcos, como si fuera su reflejo en el espejo, como si no se tratara del que ha sido mi mejor amigo este tiempo.No le reconozco.

Hemos guardado los buenos momentos en un cajón, que dejaremos cerrado, y quizá se abra más adelante, en la estación del calor.

Y os dejo este video, que me pesa en mi ordenador. Las últimas notas que le regalé. En italiano.

 

Mi mapa del tesoro

Mi mapa del tesoro

Encontrar un mapa del tesoro, y rescatar una parte de mi infancia....(post anterior).

Cuando era pequeña, pasaba mucho tiempo con mi padre inventando historias, planeando momentos y creando mundos de fantasía en los lugares que habitualmente visitábamos. Pasábamos largas temporadas en la sierra, contando historias al pie de la chimenea y planeando excursiones para las mañanas de sábado. Había un lugar especial, al que mi padre me llevaba a menudo. Las aguas de un embalse cubrían gran parte del terreno, el resto lo ocupaba una espesa floresta cuyo suelo estaba cubierto por helechos. Mi padre solía hablarme de los gnomos que habitaban bajo los helechos, y me decía que si ponía un poco de atención podía escucharlos correr y murmurar por lo bajo.

Yo me ponía muy seria y me prometía a mí misma que encontraría uno de aquellos gnomos para ver cómo eran y hacerle muchas preguntas...

Había por allí cerca, restos de un antiguo pueblo, paredes derruidas y lo que quedaba de una vieja iglesia. Me gustaba imaginar cómo había sido aquel lugar cuando estaba habitado, y me preguntaba si hombres y gnomos vivirían en armonía.

En una ocasión, cuando tenía 8 años, mi padre propuso enterrar un tesoro bajo aquellos muros, para ir a buscarlo pasados unos años. La idea me entusiasmó. En una vieja caja de latón, que antaño había contenido galletas, introduje mi “tesoro”: dos chapas, un coche pequeñito de los que mi hermano usaba para las carreras, dos muñecos de pin y pon, un pequeño bordadito que las monjas me habían obligado a hacer, y una carta, no fuera a ser que alguien más avispado encontrara el trofeo antes que yo...

Hicimos un mapa, con las indicaciones necesarias. Nunca volvimos a por él.

Había olvidado esta historia, hasta que esta semana mi padre me anunció que haciendo expurgo en los cajones, había encontrado arrugado y medio roto, el mapa de nuestro tesoro...

“¿Y si lo buscamos?”, me dijo. Yo sonreí, hace tanto tiempo que no hago nada con él, que me pregunto ¿por qué no?. Seguramente el tesoro está esperando desde hace casi veinte años, que lo saquemos a la luz.

Cuando el alma está anestesiada

Cuando el alma está anestesiada

“Ojos que no ven...corazón que no siente”, todos hemos escuchado esta frase hasta la saciedad. Yo me escudé en ella durante meses, situé a Zak en otra dimensión, en otro mundo, como si su presencia sólo hubiera existido en otra vida, como si se hubiera marchado lejos...Me sentí muy fuerte por haberlo olvidado, por no estar pegada al teléfono ni mirar a todos lados mientras recorría la ciudad.

Le saqué de mi mente a empujones y cerré la puerta para que su rostro no me hiciera llorar una y mil veces.

Pero fue una venda, y como todas, tarde o temprano acaban por caer.

Y la venda cayó por su propio peso. Porque no se puede vivir engañada, negando las evidencias o ignorando los indicios, o haciéndose la sorda ante comentarios desafortunados, porque aunque esa posibilidad rondara por mi cabeza, rápidamente mi memoria la arrinconaba en una esquina.

Y es entonces cuando me doy cuenta de que Zak ya tiene quién le coja la mano y le mire a los ojos. Y aunque yo hace tiempo que sonrío con Pete, el alma me sigue doliendo con esa certeza.

Alguien que muchos indicios gritan que caminan juntos desde hace más de un año,  y son los que me hacen sentir como si se abriera un agujero bajo mi cuerpo: nosotros terminamos hace un año.

Y yo nunca quise creer en el engaño.Destierro la posibilidad. “Cuando pienso en el tiempo que ayer presumía de ganador,ahora cuento los días y segundos desde ese adiós,perdí mi risa y la razón, vendí mi alma,corazón.”

 

Ocho de diciembre

8 de diciembre de 2005. Día de la Inmaculada y cumpleaños de mi hermano.Estando toda la familia reunida, el inconfundible sonido de mi móvil interrumpía el momento en el que iba a entregarle su regalo. Al otro lado de la línea, mi perfecto novio, Zak, me comunicaba que teníamos que hablar. Fue el principio del fin. Sólo recuerdo el sabor de la tarta que me quemaba la garganta...

8 de diciembre de 2006. Día de la Inmaculada y cumpleaños de mi hermano. De nuevo toda la familia reunida. Tuve que apagar el móvil, de puro miedo al recordar el momento. Y es que hay heridas que tardan en cerrarse.

No veremos el mar

No veremos el mar

Aquella noche no tenía ninguna gana de fiesta y el desconocido que me acababan de presentar llevaba un buen rato intentando darme conversación e invitarme a algo. Ese desconocido eras tú.

Al final te pedí un vaso de agua, sólo eso, y me dijiste que cuando me llevaras al mar, tendría todo el agua que quisiera para mí. Aquello me llamó la atención y empecé a reir.

Tras dos años juntos, finalmente nunca me llevaste al mar.

La nuestra es una historia de encuentros y desencuentros, de no estar nunca en el mismo punto, de querernos pero anteponer el orgullo al amor...

Me perdiste cuando conocí al chico de la lluvia, y nunca reconociste que deseabas verme volver cuando aún estabas a tiempo. Y me fui de tu lado.

Luego te encontré de nuevo gracias a uno de mis continuos cambios de trabajo y a punto estuve de perderte aquella nublada noche en que alguien se cruzó demasiado rápido en tu camino. No fui a verte al hospital, pero cada día en mi casa deseaba con fervor tu rápida recuperación, no puedes imaginarte lo mucho que lloré pensando en que no te volvería a ver, aunque sólo fuera para ponerte muecas en los pasillos y discutir por tonterías como la temperatura excesiva del café que me comprabas.

Y te recuperaste, y con tu traslado nos despedimos de nuevo. Pero no sería la última vez. La cuerda que nos une, de vez en cuando nos acerca cuando no está tensa. Por eso el otro día me refugié de la lluvia en la misma cafetería que tú, por eso andamos por los mismos caminos y paseamos por la misma orilla del río.

Sé que seguiremos encontrándonos así, y me doy cuenta de que me gustan esas casualidades esporádicas y los encuentros. Ya no te quiero, al menos como un día te quise, pero formas parte de mi vida y te necesito en ella.

Aunque nunca tú y yo veamos juntos el mar...

Muchas felicidades Toni. Que las velas de tu tarta te iluminen el día.

 

Lo que ví en mi sueño

Lo que ví en mi sueño Una noche hace tiempo soñé con un pequeño jardín, iluminado por el sol y en el que crecían unas florecillas muy alegres de color naranja. Soñé que un perrito de lanas jugaba con ellas mientras una niña rubia de poca edad hacía pucheros porque no encontraba su muñeco. Soñé con muebles nuevos en el interior de una casa, de esos que impregnan el aire de olor a madera. Soñé con un cochecito azul claro, no demasiado grande y con un saloncito en el que colgaran los cuadros hechos por él que tanto me gustaban.Hoy he visto ese sueño, pero ya no era mi sueño. Otra persona lo está haciendo realidad por mí.La niña rubia es un niño, y aunque en ese jardín las flores son rojas, no deja de ser lo que aquella lejana noche soñé.

Recuperando momentos

Recuperando momentos

El primer mensaje que guardo en mi móvil es del 24 de abril de 2003, y el último es de ayer.Y ambos son de la misma persona y dicen prácticamente lo mismo. En ese sentido, podría decir que en estos tres años hay partes de mi vida que no han cambiado. Pero la mayoría, sí han cambiado.

Voy a cambiarme de compañía y eso conlleva perder todos los números acumulados y todos los mensajes guardados años tras año. Así que ayer me pude a hacer un repaso para pasar la agenda a papel y salvar los mensajes. Y me puse a leerlos, y cómo no, acabé llorando. Durante mucho tiempo han estado esas palabras ahí escritas, como un testimonio de que lo pasado ha sido real, mensajes especiales o más sencillos, que he releído infinidad de veces, y que fui incapaz de borrar en su momento.

Ayer encontré mensajes olvidados, mensajes que anunciaban bodas, rupturas, nuevos trabajos…Había infinidad de mensajes de amigas que ya no lo son, mensajes de Toni que evidenciaban nuestro distanciamiento, mensajes de Zak prometiéndome un mundo mientras, por la fecha, se avecinaba el final…Qué irónico resulta leer con eso con la perspectiva del tiempo. Pero lo mejor fue encontrar un mensaje de Marcos, al poco tiempo de conocerle, que decía: “dentro de unos años te reirás de todo esto”.

Los borré todos, uno a uno. Pero hoy por hoy, todavía no me río.

Espinete no existe

Espinete no existe

Es el título del monólogo que fui a ver ayer. Había conseguido las entradas prácticamente por los pelos un día antes ya que me lo habían recomendado. E hice bien. A lo largo de casi dos horas, el intérprete repasa en clave de humor, los momentos más especiales de su infancia, su primera comunión, la televisión del momento, el colegio…, y yo lo hice también.

Me acordé del momento más feliz del día, que para mí era llegar a casa y merendar pan y queso mientras veía los dibujos en la televisión. Y escuché de nuevo las risas que mi padre se echaba mientras veía conmigo al reportero más dicharachero de la televisión, ese personajillo verde llamado Gustavo.

Mi madre supervisaba que después hacía las tareas asignadas, que solían ser generalmente sencillos problemas de matemáticas, o conjugaciones de los verbos franceses que tanta lata nos daban.

Recordé las clases de inglés después del colegio, y cómo a mí me daba una vergüenza tremenda ir con el uniforme, ya que me hacía parecer “más pequeña”.

Me ví de nuevo en el parque cercano a mi casa, negociando un intercambio de papel de cartas con mis amigas. Una costumbre que se puso de moda hace unos años y que me llevó a atesorar carpetas repletas de sobres y cartas, que todavía hoy andarán escondidas en algún lugar del armario.

Recorrí las calles del antiguo barrio donde antes vivía, y en el que no había gran cosa que hacer pero donde para nosotros todo era un juego. El garaje en el que pasábamos mañanas y tardes, y días enteros (sí, era un garaje, ya veis), la chopera que había cerca de mi casa y donde teníamos construido nuestro refugio. Las excursiones a la tienda de chucherías para armarnos con todo un arsenal de gominolas de todos los colores y sabores…

Y me acordé de mis juguetes, mi súper cine Exin, mi granja Playmobil, mi Nenuco, que hacía pompitas y babeaba, mi supermercado Smoby…

Me acordé de un montón de cosas. Y me lo pasé fenomenal.

Separados...pero unidos por el mismo recuerdo

Separados...pero unidos por el mismo recuerdo

Conocí a Zak tal día como hoy en la celebración de las fiestas de un pueblito cercano al mío, en uno de los días más lluviosos que recuerdo de mediados de septiembre, con el verano a punto de terminar. Mis amigas y yo, a pesar de la lluvia quisimos ir a unas fiestas que siempre nos habían traído buenos recuerdos por diversos motivos y a las que no faltábamos ningún año.

La lluvia chafó gran parte de las actividades, se suspendieron los fuegos artificiales y la orquesta dejó de tocar mientras escampaba. Nos refugiamos en un viejo cobertizo y fue entonces cuando noté que ya no llevaba el bolso...

Corriendo bajo la lluvia regresé a la plaza donde minutos antes no cabía un alma por si se me había resbalado con las prisas. Allí no había nada, ni nadie, sólo un chico empapado que llevaba algo en la mano.

Al verme buscando algo, se acercó a mí y pude ver que lo que llevaba en la mano era mi bolso. Mi bolso de tela totalmente empapado y hecho un pingajo. Me contó cómo había visto que se me resbalaba sin darme cuenta y que estaba a punto de llamar al número que había encontrado en mi monedero para dar con mi paradero.

Esa fue nuestra primera conversación. Y fue durante esos cinco minutos cuando algo que jamás había sentido me empezó a oprimir el corazón. Me sorprendió lo rápido que me fascinó.

Este fin de semana, he vuelto a esas fiestas, y volví a recordar aquel comienzo, aquella dulzura, y los meses que siguieron. Y ví la plaza vacía sin él, hasta que un mensaje suyo la volvió a llenar, y sonreí. Porque él también se acordó y pensó en mí. Y ese mensaje me alegró la noche.

 

Una vez...

Una vez... Una vez, hace tiempo, me sentí tan feliz que creí que debía dejar un poco de felicidad para los demás.Una vez, hace tiempo, sentí que si seguía mirándole me quemaría las pupilas con la luz que desprendían sus ojos.Una vez, hace tiempo, pensé que me iba a doler eternamente la cara de tanto sonreir.

Una vez, hace tiempo, quise que no llegara nunca la noche para no cerrar los ojos y dejar de verle mientras dormía.

Una vez, hace tiempo, me caí desde tan alto que pensé al llegar al suelo moriría por el golpe.

Una vez, hace tiempo, lloré tanto que me dió miedo quedarme sin lágrimas para siempre.

Una vez, hace tiempo, estaba convencida de que me hacían falta más de cien vidas para olvidarle.

Y hoy me he acordado de él una vez más, aunque ya no escriba posts sobre él, aunque prácticamente ni le mencione, aunque ya no maldiga cada noche el momento en que el destino nos separó, aunque prometí que seguiría adelante con mi vida…hoy me he acordado de él.Porque hoy vuelve. ¿Y realmente hace tiempo?…qué lejos queda diciembre.

Ahora...te sientas en el otro extremo de la mesa

Ahora...te sientas en el otro extremo de la mesa

Echo de menos…tus guiños de ojos, tu mirada sonriente para decirme que estás a gusto, o tus mohines disgustados cuando empiezas a cansarte.

Echo de menos esas canciones del sur que escuchamos a todo volumen mientras cruzamos Madrid en el coche.

Echo de menos cogerte la mano y reírme contigo, y las veladas que no se terminan porque uno de los dos acaba pidiendo otra cerveza, y las películas llorando de la risa porque hacemos un doblaje alternativo.

Echo de menos las comidas en tu casa, o en mi casa, y las mañanas de domingo tirados en el sofá comentando la noche anterior.

Echo de menos contarte cosas, confiarte mis secretos, escuchar tus consejos o dártelos yo.

Echo de menos pasear al perro y acabar sentados en la acera porque algo gracioso nos ha sucedido, y los mensajes, y las sesiones de cine, y recogerte a la salida del trabajo.

Echo de menos convencerte con pocas palabras de que cruces Madrid para venir conmigo a una fiesta, equivocarnos de camino y contar chistes malos hasta que ya no podemos parar de reírnos.

A pesar de que te veo casi cada día…lo echo de menos.

Porque te alejas, porque ahora prefieres las colonias de Chanel, las tertulias en terracitas de élite, las conversaciones banales y los shorts rojos.

En el laberinto...

En el laberinto...

"Tras increíbles peligros e innumerables fatigas,

me he abierto camino hasta el castillo más allá de la ciudad de los goblins

para recuperar el niño que me has robado.

Porque mi voluntad es tan fuerte como la tuya y mi reino igual de grande...

...NO TIENES PODER SOBRE MÍ" 

Dentro del laberinto (1986), Jim Henson

Ayer, mientras una asombrosa tormenta descargaba en la sierra, pasé la tarde aovillada en un sofá viendo, una vez más, un clasicazo de mi infancia. Quizá sea esta una de las primeras películas con las que mi hermano y yo, estrenamos aquel flamante VHS que mi tía había traído de uno de sus viajes. Mi padre nos cogió esta película en el videoclub porque mi hermano era un apasionado de los duendes, y de mayor quería dedicarse a “manejar marionetas”, como él decía. Nada más lejos…

Aquella versión estaba trilladísima y la pantalla no se veía bien del todo, la música estaba distorsionada y los colores eran malos…aún así, la historia de la jovencita que se ve obligada a ir en busca de su hermano a un mundo de leyenda terminó por engancharme, así que por extensión, también me hice fan de David Bowie. Me encantaba llegar a la escena del baile de máscaras y pensar que pudiera tener otro final…una, que siempre le sale la vena romántica incluso en las pelis fantásticas.

Cada poco tiempo alquilábamos la película, y mi hermano inventaba chascarrillos adaptándose a los diálogos mientras yo me partía de risa.Dice mi madre que durante un periodo de tiempo sólo recuerda pasar por el salón, y en la pantalla todo el rato “los bichejos esos” o el “enano corriendo con el bebé”…

Así que ayer, me salió la vena friki, y recuperé aquella cinta, y recuperé esos momentos. 

14 de julio

14 de julio

14 juillet. Fête nationale française…Cuando pasaba los veranos en Francia, era nuestro día favorito de todos cuantos estábamos allí. Durante ese día se suspendían las clases de francés que me obligaban a madrugar cada día y nos permitían ir a la playa también por la mañana o quedarnos en la residencia viendo la televisión o aprovechando para escribir a nuestros padres. Yo solía aprovechar para escaparme al puerto y ver las barcas de pescadores que estaban allí amarradas, hacía fotos, paseaba y tomaba el sol hasta la hora de comer, hora a la que nadie podía faltar si no queríamos ganarnos una buena reprimenda.

Pero aquel día nos gustaba por más motivos que por el hecho de tener la mañana libre, como por ejemplo, el hecho de que era de las pocas veces en que podía escaquearme de ir a la playa a cuidar a los niños que tenía a mi cargo durante unas horas, dos pequeños diablitos a los que les gustaba estar a remojo más que otra cosa, para mi desesperación, siendo yo más de secano. Ese día sus padres se ocupaban de ellos y nosotras nos pasábamos la tarde relajadas en la piscina. Aquellos días, la residencia se quedaba muy vacía. Muchas chicas se iban con sus familias, y nosotras, las extranjeras teníamos permiso “especial” para acercarnos hasta el pueblo, algo que nos hacía mucha ilusión puesto que en raras ocasiones podíamos trasnochar, pero aquel día se celebraba un enorme baile en la playa y era nuestra oportunidad para pasarlo bien. Generalmente, siempre había alguien que esperaba con más ansiedad que otras que llegara la noche, porque sería la excusa para poder hablar tranquilamente con aquel chico que llevaba viendo varios días en la playa sintiéndose libre de la mirada atenta de las monjas que cada día nos vigilaban. En aquella época me parecían una tontería esas cosas y una pérdida de tiempo fijarse en aquellos francesitos, aunque yo me pasara los días junto a mi mejor amigo de allí, no suponía casi ningún interés el universo masculino.

Para mí, lo mejor de aquel día era ir de noche a la playa, sentarme en la arena y ver los fuegos artificiales.

Lugares de la memoria

Lugares de la memoria

“De adulta he conocido con frecuencia ese legado tan peculiar que el tiempo otorga al viajero: el anhelo de ver un lugar por segunda vez, de encontrar de manera deliberada aquello con lo que nos topamos en alguna ocasión anterior, para volver a capturar la sensación del descubrimiento. A veces, buscamos de nuevo un lugar que ni siquiera es notable en sí mismo. Lo buscamos porque lo recordamos, así de sencillo. Si lo encontramos, todo es diferente, por supuesto. La puerta tallada a mano sigue en su sitio, pero es mucho más pequeña. Hace un día nublado en lugar de glorioso. Es primavera en vez de otoño. Estamos solos y no con tres amigos. O todavía peor, estamos con tres amigos en lugar de solos”

(Elizabeth Kostova, La Historiadora).

Yo no soy viajera, ni conozco gran cosa del mundo, pero no me hace falta ir muy lejos para tener esa misma sensación. Todos, en algún momento dado de nuestras vidas hemos idealizado un lugar, lo hemos magnificado y guardado en nuestro corazón porque lo asociamos a algún momento especial de nuestras vidas. A veces incluso pequeños lugares que para los demás no significan nada: un banco en un parque, un pequeño jardín, un edificio, un rincón de la playa, una convergencia de dos calles…Una iglesia, una estación de metro.

Lugares que han visto infinitas despedidas.

Muchos de esos lugares mantienen viva su esencia, pero nosotros habremos cambiado o la percepción que tengamos de ellos será distinta. Nunca será como el primer recuerdo. A menudo pienso en lo que me gustaría regresar al pueblito francés donde estuve una temporada, a volver a pisar el claro del bosque en el que acampábamos y tomar un crèpe en la misma terraza en que lo solía hacer. Pero temo que haya cambiado. Así que lo conservaré en mi memoria tal y como yo lo conocí.

Hay una carta para ti

Hay una carta para ti Ayer cuando abrí el buzón repleto de propagandas de supermercado, revistas del colegio de profesionales de mis padres, facturas y otro montón de aburrida correspondencia, me dí cuenta de que hace más de cuatro años que no recibo una carta que no sea para pedirme dinero, casi desde que generalicé el uso del móvil para comunicarme.

Antes, lo primero que hacía al llegar a casa desde el colegio, era acercarme corriendo a nuestro buzón y de puntillas mirar por la abertura esperando ver sobres escritos a mano que vinieran a mi nombre. El día que lo encontraba, se me alegraba la tarde y subía brincando las escaleras. Cuando volví de Francia, recibía una gran cantidad de cartas de la gente que allí había conocido, y los jueves, era mi día de ponerme yo a escribir. Los viernes llevaba todas las cartas al buzón que había en la esquina y a esperar…

Cuando llegaban las Navidades, compraba un paquete enorme de christmas y los enviaba incluso a amigas que sabía que iba a ver casi al día siguiente. Ese ritual me encantaba. Tengo cartas de amigas en las que se va notando el paso del tiempo, por la escritura que va evolucionando, por la manera de expresarse y por el contenido, desde las primeras, con un montón de dibujos y corazones por todos lados, a las últimas, que solían ser largas y en las que escribíamos lo que se nos pasaba por la cabeza, y hablábamos de fulanito o de menganito.

Durante el tiempo que pasé fuera, y sobretodo al principio, las cartas que recibía de mis padres y de mis amigas eran lo único que me hacía ilusión, ya que aún no terminaba de acostumbrarme al internado.

En una enorme caja guardo todas esas cartas, casi desde 1987.

Sigue encantándome que me escriban, aunque ahora sea por email o por mensajes de móvil, pero no tiene el encanto de aquellos sobres abultados con cartas de cuatro o cinco folios o con dibujillos y la típica frase de las primeras cartas del: “Corre, corre cartero, que es para la amiga que más quiero”…

No obstante, a través del medio que sea, siguen alegrándome el día.