“ Pasan diez, veinte, treinta segundos y sigo mirándola, sin perder un detalle, recordando el momento que acabamos de compartir. Pero ella no me devuelve la mirada, y su lucha contra los enemigos invisibles me atormenta.Me siento en el borde de la cama, con la espalda dolorida y recojo el cuaderno llorando. Allie no se da cuenta. Lo comprendo, pues está fuera de sí.Un par de hojas caen al suelo y me agacho para recogerlas. Estoy cansado, así que permanezco sentado, lejos de mi esposa. Y cuando las enfermeras entran en la habitación, se encuentran con que deben consolar a dos personas: una mujer temblorosa, acechada por los demonios de su mente, y una viejo que la ama más que a su propia vida, llorando silenciosamente en un rincón, con la cara entre las manos.”(Nicholas Sparks, El cuaderno de Noah) Dicen que el primer beso no se olvida, dicen que con él, los recuerdos del primer amor, ese cosquilleo, esos nervios y las risitas que lo acompañan.
Dicen que el día de una boda, se graba a fuego en los recuerdos, la expresión de los seres queridos mientras los novios hacen promesas eternas, la ilusión de una vida que compartir.
Dicen que la llegada del primer hijo cambia la vida, que otro tipo de amor, un amor profundo, invade lo profundo del alma, que se convierte en guardiana de sus balbuceos, sus primeros pasos, su despertar, su crecimiento.
La búsqueda de un trabajo en tiempos donde no alcanzaba para alimentar a los suyos, la marcha de su hogar, de sus tierras para buscar un futuro con más posibilidades. Una nueva vida lejos de los suyos. Las alegrías, las penas, la salud, la enfermedad...Toda una vida.
Ella no recuerda nada de eso, su mente se dejó de funcionar, y le hizo una mala jugada: borró sus recuerdos, aniquiló sus vivencias. Le llenó de vacío.
Como vacía está su mirada cuando le hablo y le cuento cómo me va, aun sabiendo que no llegará a entenderlo y que no me preguntará por mis evoluciones, porque no sabe quién soy.
Mi abuela ha sido valiente, luchadora y decidida, ha sido divertida, bondadosa y terca. Ha sido humana. Pero ella no lo sabe. No sabe que un día no muy lejano reía con mi hermano y se enfadaba cariñosamente con mi abuelo porque nos daba chucherías a escondidas. No sabe que hace doce años le regalé una foto muy especial que siempre besaba antes de dormir. No sabe que nos ayudaba con las redacciones del colegio porque aunque ella no hubiera ido a la escuela “tenía mucho que decir”. No sabe que hoy es su cumpleaños, y no entiende porqué unos desconocidos le han comprado una tarta de fresa y le han cantado. No lo sabe, pero ha sonreído.
Y su mirada no me ha parecido tan vacía...