Chica del bus
A las siete y cuarto de la mañana siempre eramos los mismos, con cara de sueño y preparados para un trayecto de una hora hasta la capital.
A mediados de julio, comenzaron a llegar caras nuevas a la parada, y entre ellos un jovencito tímido que siempre se escondía tras un enorme libro. Me llamó la atención porque parecía muy desorientado. Tenía un aire descuidado y ausente, parecía como si el resto del mundo no existiera para él. Picaba su billete y se sentaba al final a devorar su libro. Empecé a fijarme en las cosas que leía, en sus gestos, en la ropa que se ponía, y poco a poco empecé a conocer sus expresiones y sus pequeños hábitos, como el de tamborilear con los dedos en la rodilla cuando algo de lo que leía le parecía muy interesante o a inclinar levemente la cabeza cuando estaba en desacuerdo. Acostumbraba a dejar de leer durante unos minutos cuando pasábamos por una colonia residencial y se dedicaba a contemplar las casitas bajas y sus jardines…
Para mí, se había convertido en algo habitual verle todos los días de camino al trabajo. Un buen día no vino. A día siguiente tampoco, y así durante varios días. Cuando regresó, se me escapó una sonrisa de alivio, que no le pasó desapercibida. Sin que yo le preguntara nada me contó que su hermano pequeño había estado muy enfermo y por eso no había ido a trabajar esos días. Fue una conversación muy breve, pero fue la primera.
Yo pensaba que no debía vivir muy lejos de mí, puesto que cogía el autobús en mi parada, y cual no sería mi sorpresa cuando descubrí que vivía en mi calle.
Un fin de semana me lo encontré tras comprar el pan, y con una sonrisa me dijo: “Hola, chica del bus…”
Me invitó a tomar algo y desde aquel día se convirtió en alguien muy especial. Enseguida su dulzura hizo que yo perdiera la cabeza. Su acento argentino me cautivaba, y yo no podía dejar de mirarle ni de escucharle. Me contó muchísimas cosas, me hizo partícipe de sus deseos y de lo que esperaba de la vida, pero en todo ello había un poso de tristeza.
Y un buen día me comunicó que volvía con su familia, que echaba mucho de menos aquello y necesitaba volver.
Creo que fue uno de los momentos más tristes que recuerdo.
Pensaba regresar pasados unos años. Pero nunca volvió…Curiosamente, en la que fue su casa ahora vive una amiga mía, y cuando voy a visitarla, en lugar de sus equipos de música , en mi cabeza vuelvo a ver las estanterías con aquellos libros leidos y releidos, los posters y fotografías que empapelaban su habitación, y su ropa desperdigada esperando ser colocada.
He escrito este post, inspirada por unos sentimientos que tras leer a Kamala vinieron de nuevo a mi cabeza hace unos días.
9 comentarios
monocamy -
Y también ocurre casi tal cual lo cuentas: puedes estar viéndolo durante semanas o meses... pero suele ser cuando lo ves en otro lugar cuando le hablas o te habla, aunque en este caso te haya hablado él en vuestro "lugar de reunión".
Como ves, existen historias escondidas esperándote tras cualquier esquina... o bajo cualquier marquesina de autobús.
Te mando muchos besos con acento argentino, pibita :P
_GiNiNa_(amp) -
Pikifiore -
Besotes
kamala -
No te enfades, ¿eh? Un besito.
Pikifiore -
Su:Ya te digo!me encanta poder decir que al menos lo he vivido.Lo pase fatal en su momento,pero ahora con el tiempo,tengo mucho cariño a ese momento.Besitos teleoperadora!!
Eliza:Sí, realmente me pasó,jaja,y es una de las historias mas curiosas de mi vida!y muy bonita.Besitos!!
Alba:Tienes razon,la guardo con mucho cariño.No puedo evitar acordarme cada vez que paso por esa casa,y ver a sus amigos,siempre me hace recordarle.¿tu como vas?
Besitoss
Alba -
Un besote
Eliza -
Su -
Un abrazo
kamala -
Seguro que él también guarda buen recuerdo de ti. Qué cosas pasan, ahora una amiga tuya vive en su casa. Qué fuerte.
Yo también he hecho amigos en el autobús, porque cuando iba al colegio coincidíamos varios grupitos de diferentes centros, y la verdad es que nos adueñábamos del autobús.
Pues nada, que tu historia me ha encantado.
Un beso.